Las rosas son rojas, las violetas azules… y sólo sabes eso porque en tus ojos hay unas células especializadas llamadas conos. Cuando la luz golpea un objeto —por ejemplo, un plátano— el objeto absorbe parte de la luz y refleja el resto. Las ondas que absorbe y refleja dependen de las propiedades del mismo.
Para un plátano maduro, las ondas que se reflejan son las que tienen una longitud entre 570 y 580 nanometros. Estas son las ondas de la luz amarilla.
Cuando miras un plátano, el color que ves está determinado por la longitud de onda de la luz reflejada. Las ondas lumínicas se reflejan en la cáscara y golpean la retina que está en tu ojo. Ahí entran en juego los conos.
Los conos son un tipo de fotoreceptor, las minúsculas células en nuestra retina que responden a la luz. La mayoría de nosotros tenemos entre seis y siete millones de conos, y la mayoría están concentrados en un puntito de tres décimas de milímetro que está en la retina y que se llama fovea centralis.
No todos los conos son iguales. Un 64% de ellos responden con más intensidad a la luz roja, mientras que un tercio responde con ganas a la luz verde. El dos por ciento restante responde a la luz azul.
Cuando la luz del plátano golpea nuestros conos, los estimula con intensidad diversa. La señal resultante se envía por el nervio óptico al córtex visual del cerebro, que procesa la información y nos devuelve el color: amarillo.
Los humanos tenemos tres tipos de cono, y somos mejores a la hora de ver color que la mayoría de mamíferos, pero hay muchos animales que nos superan en el departamento de visualización de color. Muchos peces y pájaros tienen cuatro tipos de conos, lo que les permite ver la luz ultravioleta o infrarroja. ¡Los estomatópodos tienen dieciséis!
Algunos insectos también pueden ver en ultravioleta, lo que les puede ayudar a ver patrones en las flores que para nosotros serían invisibles. Quizás, para una abeja, esas rosas no sean tan rojas después de todo.